Tuesday, October 31, 2006

DREADLOCKS (cuento sobre vida nocturna)



No sé si alguna vez te pasó, pero es frecuente que en ciertos momentos de tu vida, hay gente que se te “pega”.
No sabés bien de donde salen, ni como aparecen, pero se da así. Simplemente, el día menos pensado, y cuando menos lo esperás, tenés tras de ti a un personaje que no se te despegará por un buen rato. Generalmente desaparecen de la misma forma súbita como aparecen, y en le medio queda alguna que otra historia que contar.
Así conocí a Lucio.
En esa época todavía vivía con mis padres, en realidad casi no vivía ya que estaba empezando el desarraigo de su morada de locos. El clima ahí adentro era cada vez más insoportable, lo que significaba que estuviera fuera de esa casa la mayor parte del tiempo, como en un “hotel” según las palabras de mi madre.
Trabajaba en la fiambrería del padre de un amigo en mi barrio casi todo el día, después iba a la facultad (sin demasiada dedicación ni convicción) y por las noches me iba de “ronda de bares” hasta bien entrada la madrugada, cuando estaba seguro que en mi casa todos dormían y no podrían molestarme. A esconderse, también se aprende en etapas.
Tenía un circuito de bares, todos cerca de mi barrio. Mi elección era fundamentalmente por su ubicación, es decir aquellos bares viejos de gallegos, escondidos lejos de las avenidas, en esas calles empedradas que olían a comida casera y orines varios. En total no eran mas de 3 o 4, y no tenía un diagrama fijo para ir a ellos, simplemente caminaba al volver de la facultad y entraba en el que se me antojaba esa noche.
Lo mismo de siempre, una mesa alejada de los parroquianos del lugar, mis apuntes y mis libros. Generalmente la gente nocturna de esos lugares se repiten, casi todas las noches los mismos de siempre, las mismas caras, los mismos vasos, los mismos olores nauseabundos de un baño que apesta y que siempre está roto. Lo mío sólo era escribir, me sentaba junto a una ventana si fuera posible, pedía mi café y mi ginebra, me dedicaba a lo mío. No participaba de las charlas que habitualmente se da en esos lugares, ni de las bromas.
A Lucio ya lo había visto antes, su cara me era familiar. Estaba siempre en un mismo bar y charlaba animadamente con el gallego dueño y con la gente de la barra. Los borrachines de la barra son una raza aparte, de los que necesitan hablar con alguien antes de perder el conocimiento y hasta cuando lo logran algunos siguen hablando de temas delirantes, anécdotas varias, ausencias mínimas, y mujeres.
Lucio tenía mi edad o un poco mas, y en realidad nunca entendí demasiado bien que hacía en esos lugares. No le daba el perfil, era demasiado limpio para estar ahí, siempre con sus camisas de moda, buena ropa. Sin embargo, se mezclaba entre esa gentuza y hasta parecía ser parte del triste decorado de esos bares.
Muchas veces lo sorprendí mirándome, me imagino que le debía llamar la atención un tipo solo en el fondo del salón, fumando como un condenado y escribiendo casi sin levantar los ojos del papel. Y sí, hay gente que no soporta ver que hay otro tranquilo, que no necesita hablar con nadie, que no entra en el juego de todos los demás. Los carcome la intriga de saber porque uno actúa de manera diferente, quizás de la única forma lógica que se puede actuar o de una forma que ellos mismos no se animan. No sé bien él porque pero Lucio empezó a hacer lo posible para llamar mi atención, buscando de alguna forma acercarse.
Se sentaba cerca de mi mesa , solo. Hablaba a los gritos con los borrachines de la barra y el dueño, de fútbol, de política, de los que había que matar (generalmente judíos y negros), etc. y me miraba con ojos cómplices.
Yo, no respondía a nada, y si lograba mirarlo unos instantes era con desprecio. Eso lo atrajo más según supe después.
Para evitarlo, decidí no volver más a ese bar y sacarlo de mi circuito. No valía la pena seguir yendo por allí, había otros bares más tranquilos y sin Lucios. Sentí como que de esa forma lo evitaba, pero evidentemente menosprecié las actitudes de este muchacho. Subestimar al enemigo es de amateurs.
Imagino que elaboró algún tipo de plan, una estrategia bien pensada. No creo en las casualidades y menos con tipejos de esas características.
En los demás bares, empecé a cruzármelo. A veces llegaba al rato que ya estaba ahí, en otras ocasiones ya estaba sentado, hasta cerca de las mesas que yo hubiese elegido. Era evidente que el tipo conocía mis gustos o por lo menos los intuía. Estaba decidido a atraparme, en realidad nunca supe sus fines.
Al principio fantasié con su homosexualidad, pero con el correr de las noches llegué a la conclusión que era demasiado estúpido para serlo.
Curiosidad, me tranquilicé pensando eso.
Un poco acorralado, y cansado de cambiar mis rutinas por semejante boludo cierta noche decidí escucharlo. A ver que mierda quería.
Después de algún comentario tonto con la gente del lugar, al buscar mi aceptación cómplice, lo hice. A decir verdad fue solo una mueca, pero lo suficiente como para que el tipo se abalanzara sobre mi mesa y me empiece a dar charla. Me invitó un café y una ginebra, sabía muy bien lo que hacía no había dudas.
Ahí me enteré que el tipo era estudiante de medicina, venía de una familia de clase media acomodada, que no tenía necesidades de trabajar, que se dedicaba al estudio y a su novia. Jamás le pregunté que hacía todas las noches por los bares del barrio, hablando con borrachos y molestando a un tipo tranquilo que está escribiendo al fondo del salón. Ni tampoco le pregunté por que me perseguía.
Estaba interesado en la escribía y me preguntaba sobre mi vida. Le respondía con desgano y le contaba mis cosas muy en cuentagotas, evitando entrar en detalles, no me terminaba de caer bien.
El, por el contrario me daba detalles de todo, y me contaba cosas que ni siquiera le preguntaba y que en realidad me importaban tres carajos. Llegué a la conclusión de que era solo un boludo comunicativo y que ya se iba a cansar, todo regresaría a la normalidad.
Y así se sucedieron varias noches más, cada vez que me veía se sentaba en mi mesa, me pedía mi ginebra y hasta me ofrecía cigarrillos. No sabía como sacarme de encima al menos de una forma civilizada. Hay ciertos momentos de tu vida en la que te haces bueno y te cagan, no hay dudas al respecto. Y este tuve la suerte de encontrarme en un momento de guardia baja y aprovechó la situación.
Cierta vez, se dedicó casi con exclusividad a contarme sobre su novia que se llamaba Julia. Todos los detalles habidos y por haber, donde la conoció, como iban a la cama, todo. Por supuesto, lo mío eran monosílabos y no preguntaba nada.
Esa tal Julia era una morocha muy linda según Lucio, con un cuerpo espectacular. Se re querían y estaban haciendo planes para casarse en poco tiempo. Lucio daba con el perfil del tipo que entra sonriente a la iglesia, vestido de pingüino y jura amor eterno, un clásico de la nefasta mentira universal.
Seguramente tendrían su lindo departamento, sus hijos de colegio privado, la heladera llena de boludeces y la TV a todo cable. Por las noches, al menos una vez a la semana, se encontrarían en la cama matrimonial y se echarían sus polvetes, para luego dormirse sin despedirse y a empezar todo de nuevo. La mayoría de nosotros pasamos por situaciones así en la vida, lo que no quiere decir que sea realmente triste y desalentador. El ser humano no deja de ser un animal imperfecto y muy muy raro.
En cierta ocasión, Lucio me pidió si podía leer algo que estaba escribiendo en ese momento, se trataba de un poema.
Mi realidad es que soy bastante duro conmigo mismo, no confío en lo que escribo ni en lo que hago, pero a este Lucio le parecía maravilloso. Una opinión no muy certera ya que Lucio creo que llegó a leer solo Paturuzito, pero eso no quita que quizás tenga sentimientos guardados en algún rincón de su puta alma.
Hay gente que se empeña en disimular muy bien, pero en el fondo son tan cobardes como yo.
Me pidió si se lo podía regalar a Julia, ya que ella le encantaba la poesía y el se consideraba inútil (mas que yo) para escribir nada. Para salir del paso se lo obsequié, imaginando que si me negaba la cosa iba a ponerse peor, más densa.
Se dio después de este hecho que por unas semanas lo dejé de ver. Lucio había desaparecido, no lo encontré más. Pensé en ese momento que sólo lo que necesitaba era un poema mierdoso, tan sólo eso.
Volví a mi rutina de desaparecer por las noches, entre las mesas de bares mugrientos, entre líneas de un papel blanco que me olía a desafío. Nuevamente la calma pensé y aliviado comencé a escribir con mas frecuencia ya que la compañía de Lucio me impedía desarrollar nada.
Casi un mes después y cuando logré olvidarme del asunto, una noche cálida de verano, mientras trabajaba en una serie de cuentos lo veo entrar con una mujer a su lado. Era Julia evidentemente. Tal como la había descripto, morocha, alta, buen físico y una mirada penetrante.
-Ahí está, dijo él señalándome y se acercaron entre las mesas.
Lucio me dio un abrazo como si fuera hermanos de sangre y me presentó a Julia. No sabía dónde meterme.
-Bueno, este es el escritor del que te hablé, el del poema que tanto te gustó, dijo Lucio
-Me gusta como escribís, dijo ella mientras me miraba como una mujer sólo sabe hacerlo. Lucio me habló mucho de vos, tenés una vida fascinante.
No sé que le habrá contado este idiota, mi vida lo que menos se parece es a algo fascinante.
-Gracias, atiné a decir mientras miraba por la ventana del bar buscando una salvación a este martirio.
Siguieron hablando entre ellos, haciéndome participar de algún comentario, que casi siempre son inadecuados y con poco peso. Es mi estilo de espantar idiotas.
Sin embargo parecían no darse cuenta y hasta lo tomaban como algo “genial”. Me daban asco y ya empezaba a sentirme mal. Cuando hago algo que no me gusta demasiado, el estomago se me contrae y empiezo a sentir nauseas, como una introducción al vómito. Necesitaba aire, estaba muy pesado ahí adentro, las ventanas de tan viejas y oxidadas no se podían levantar.
Se dieron cuenta, me ofrecieron acompañarme a caminar. Me negué, pero insistieron. Ahora en cambio de tener un perro detrás de mí, tenía una “parejita”, sí, las cosas empeoraban.
A las dos cuadras ya me sentía mejor y se los hice saber. Eran casi la 1 de la madrugada y prefería estar en mi cama mirando el techo en la oscuridad que seguir con ellos.
Sin embargo, no se daban por vencidos. Me invitaron a una “fiesta” de una gente “amiga” en Flores, que se realizaba justo en ese momento.
-Dale, Cuco, copate te va a hacer bien, me dijo Lucio
-Sí, insistió Julia, hay muchos amigos y mujeres para presentarte.
Mientras encaraban para un Escort Rojo, que me enteré ahí mismo que era del padre de Lucio.
Sin dudas me sentía tan mal, que mis “no” no servían para nada. Lucio me había encontrado el lado flaco y estaba dispuesto a deshacerme en pedazos. Hermoso festín, ante la vista de su novia morocha. Imaginaba a ambos, sobre una mesa larga y suntuosa devorándome las tripas, muy emocionados, insaciables. No tenía fuerzas ni para echarme a correr, me dejé llevar como otras tantas veces en mi vida.
Llegamos a la casa. Una inmundicia, desde la calle se sentía música a todo volumen, era una casa vieja que se desmoronaba a pedazos. No sé como resistía las vibraciones de la música.
La puerta de entrada, no tenía llave. Adentro había muy pocos muebles y colchones y mantas desparramados por el piso. Allí, me contaron, vivían 6 personas en comunidad, al estilo hippie, pero sin ninguna ideología ni replanteos políticos. Solo drogas, descontrol y mugre. De alguna forma se consideraban rebeldes o modernos, que se yo.
Al final de la cocina se entraba a un gran patio. Es raro encontrar casa como esas con un pulmón de aire tan grande. Por entre las baldosas rotas del patio asomaban yuyos que eran tan altos como yo.
Estaba lleno de gente que bailaba, tomaba, fumaban porros. Un ejercito de espectros chocándose entre sí. Algo triste.
Lucio y Julia empezaron a saludar a cierta gente y a presentarme. Me quería hacer invisible.
Unos de los “dueños” de casa se llamaba Juan. Era un moreno alto, con los pelos tipo “Marley”, los dreadlocks. Era bastante amable, estaba totalmente fumado.
En un momento le convidé un cigarrillo, me dijo que no fumaba tabaco de Babilonia solo porro. Allá él.
Me convidaron cannabis, solo le di un par de secas. Me gusta acercarme a la muerte, pero prefiero hacerlo solo y en silencio. No hay dudas que cada cual elige su propia muerte, pero la representación que se desarrollaba ante mis ojos, no me parecía la mas adecuada para mí. Quizás busque algo más heroico, no sé.
En la improvisada pista de baile, algunos tipos bailaban sin remeras y se echaban vino blanco frío por el pelo.
En el fondo del patio, ardía una hoguera. Reunidos alrededor unos 20 chicos y chicas miraban en silencio las llamas. Juan me contó después que se podía ver el “tiempo” a través del fuego. No le contesté.
Por suerte perdí a Lucio y Julia entre ese kilombo. No hablaba con nadie, me quedé un poco asustado en un rincón. Una chica rubia, del estilo Belgrano, se acercó a pedirme fuego y me ofreció un trago de vino en un vaso plástico. Le prendí su cigarrillo y casi sonriendo me negué a su trago. Es divertido decir siempre que no.
En realidad tenía sed y algo quería tomar. Salí a la calle, buscando Rivadavia, imaginaba que por allí habría un kiosco abierto. Compré cigarrillos y una botella de whisky barato, no había otra cosa. Mientras regresaba me cruzo con Julia que estaba acompañada por 2 tipos que estaban en la fiesta, me comenta que iban para el mismo kiosco a comprar fasos. Me pide que los acompañe, lo hago sin chistar.
No sé como, pero los tipos desaparecen y me quedo solo con ella.
Estamos caminando volviendo a la casa, Julia camina como una verdadera gata, tiene un precioso culo, pienso mientras prendo cigarrillos e intento no mirarla demasiado. Ella me habla de estupideces, de poesía, esta muy fumada aunque mantiene el control de la situación. Aunque pareciera que no, las mujeres jamás pierden el control, son muy superiores a nosotros en eso. Entre otras cuestiones.
Es verdad, me gustaba Julia. Creo que además de su físico, me gustaba vengarme del tarado de Lucio. Era raro que no estuviera con ella, y que la dejara sola con dos tipos por la calle. Sin embargo por mi cabeza no pasaba nada relacionado con tener nada con ella, a veces uno amaga con cargarse en todo pero algo de sentido común muy dentro tuyo te dice que no. Instinto de preservación de la especie que le dicen.
Al doblar la esquina, a media cuadra de la casa, vimos las luces. En realidad fue Julia ya que yo solo miraba el piso, caminando despacio como pidiendo permiso a cada paso.
Era la policía, tres o cuatro patrulleros parados en la puerta de la casa. Los policías entraban y salían por la puerta sin llave, sacaban a todos y los ponían contra la pared. Les revisaban los bolsillos, a algunos los separaban del resto y los hacían sentar con las piernas cruzadas en el piso. En la oscuridad de la cuadra no pudimos ver si Lucio estaba allí o no. Igualmente Julia, no estaba muy preocupada que digamos. Eso me extraño, pero en fin, no comprendo a la gente y mucho menos a las hembras.
Con una seña, cruzamos la calle despacio y casi sin mirar nos perdimos por la Avenida Rivadavia. Julia me tomó del brazo, su mirada indicaba que estaba dispuesta a seguirme. Hay veces que hay noches que nacen de otra noche. Siempre pasa. Apuramos el paso y subimos al primer taxi que encontramos. Mas sirenas se escuchaban por la Avenida, los patrulleros doblaban en contramano rumbo a la casa.
Recién dentro del taxi me di cuenta que tenía mi botella de whisky en la mano y un cigarrillo prendido que me estaba quemando los dedos. El taxista medio ofuscado me pidió que lo apague.
-Adonde los llevo, preguntó el tachero.
Dudé. La miré a Julia, no sabía que responder.
Ella, muy decidida y segura, dio una dirección cerca de Primera Junta.
Llegamos, era su departamento.
Vivía con una amiga de la facultad. Su amiga dormía, aunque se levantó al escucharnos. Simplemente apareció, saludo y se volvió a acostar. No recuerdo su nombre.
Nosotros abrimos la botella, nos sentamos juntos a tomar.
Al rato estaba chupándole las tetas que eran duras, lamiéndole el clítoris que era suave y sabroso. Ella no paraba de excitarme, se cambiaba de ropa interior y volvíamos a hacerlo. Daba la impresión de que no nos cansaríamos nunca.
Estuvimos en la cocina, salimos a hacerlo en el ascensor, en el balcón y a las 10 de la mañana, estábamos en la ducha, piel a piel, sexo a sexo.
-No te conocía, y me gustabas, me dijo
No respondo estupideces.
Cuando ya el sol del mediodía de Febrero golpeaba las casas, me encontraba vistiéndome en su departamento, compartiendo un mate con su amiga, que no recuerdo su nombre, los dos con una sonrisa a toda boca.
En un mueblecito del living, se encontraban algunos portarretratos. Entre ellos había una foto de Lucio y de Julia, abrazados y ella por atrás le estaba haciendo con los dedos los “cuernitos”.
Ambos sonreían como niños.

6 Comments:

Blogger Paréntesis said...

pasé.

besos

PD: "...noches que nacen de otra noche..." me gustó

11:48 PM  
Blogger Miss Fierro said...

"caliente y dulce como el manì"

7:23 PM  
Blogger orquidea said...

uau....me atrapó tu relato...a mí también me gustó "noches que nacen de otra noche", pude sentir claramente a qué te referías...
también imaginé el sabor en tu boca de la mezcla de cafés, cigarros, madrugada y ginebras, y lo que Julia sentiría secretamente en su sexo mientras Lucio le hablaba de ti...y...también imaginé ese primer contacto húmedo de tu lengua roja con su clítoris...
-fue un placer leerte...
me hiciste viajar...

9:18 PM  
Blogger mAgA said...

sr alcachofa
me gustó su página

12:59 PM  
Anonymous Anonymous said...

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Anonymous Anonymous said...

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